Así Así fue como compré mi casita, en Floresta, que puse a nombre de Ana.
Nuestra vida transcurría plácida y rutinaria. Ana salía con su novio, calculaba que en un año habría matrimonio. Yo, tenía amigos en el barrio, y algunos de la oficina, así que nunca me faltaban invitaciones.
En una de ellas había conocido a Miguel, un contador de una cadena de boutiques, y si bien no era frecuente, de vez en cuando aceptaba alguna invitación a salir .Ibamos al cine o a comer afuera, o a pasear. Me sentía bien con él ; era unos años mas joven que yo y viudo con un hijo. El siempre me decía piropos, que era linda, que esto, que aquello. En realidad yo sabía que pese a mis cuarenta y ocho años, los hombres se daban vuelta en la calle para mirarme ; me decían de todo, desde piropos lindos hasta no tan lindos.
Era alta, mas de 170 cm. Delgada, mis senos eran mas bien grandes, lo que siempre me tuvo un poco acomplejada, mi cintura finita, mis caderas sabía que eran redondas y sin pecar de vanidosa mis piernas podían competir en cualquier concurso y creo que ganaría. Mi cabello era castaño claro y mis ojos de un azul intenso- Vestía siempre muy conservadora, prefería los vestidos o polleras hasta la rodilla, zapatos de tacón y medias de seda.
Habían pasado dos años desde que la empresa,_ cuyo nombre era “ Buenos Aires Machine”_ me diera el préstamo . Yo ganaba el equivalente a US 1000 dólares por mes, de los que me descontaban 200.
Se acercaba fin de año, y andábamos todos alborotados especulando dónde sería la fiesta. Ya que todos los años B.A , daba una fiesta donde agasajaba a sus empleados y premiaba a sus mejores vendedores.
-- Y María, dónde será este año._me preguntó una compañera , como si yo supiera._
-- Supongo que donde siempre,_respondi_
-- Vendrá?
Casi nadie conocía al dueño, nunca se había hecho presente en ninguna fiesta de la empresa; el deporte favorito nuestro era especular cuándo vendría, cómo era? Se hablaba mucho de él, pero en realidad nadie sabía mucho.
Muy poca gente lo conocía, una de ellas era Inés, era su secretaria desde hace mas de veinte años.
Ese día fue infernal, parecía que todos los clientes se habían levantado de mal humor.
Cuando llegó las seis de la tarde con un suspiro de alivio arreglé mi escritorio y me fui.
Estaba cansada y me sentía tensa; camino a casa había una confitería muy coqueta, nunca había entrado por que me parecía muy pituca y demasiado cara para mi. Pero hoy quería un café y ese era el lugar mas cercano.
Empujé la puerta de vidrio, me alisé maquinalmente el vestido, era de color fucsia suave, muy entallado hasta la cadera ,y de ahí caía plisado hasta un poco por arriba de las rodillas. Calzaba zapatos de taco aguja, altos, me había puesto un hermoso collar de piedras azules , nunca fui vanidosa, pero tampoco tenía falsa modestia. Llevaba un par de colgantes pequeños haciendo juego.
No bien traspasé la puerta fui el blanco de todas las miradas, eso me puso furiosa: _ es que los hombres no pueden ver una mujer sin clavarle los ojos?.
Caminaba suavemente, como deslizándome. Sabía que eso atraía, pero no podía evitarlo, había nacido así.
Elegí una mesa un poco alejada de las demás, con un gran macetón a un costado, frente a un ventanal. A unos tres metros en otra mesa, varios hombre; _todos muy bien vestidos,_ charlaban animadamente.
La planta, según yo me moviera, tapaba la visión entre ambos.
-- Qué se va a servir?, el mozo muy cortés, parado frente a mi.
-- Un café, gracias.
Tranquila en mi silla, me quedé mirando un rato largo por la ventana. Ensimismada , pensaba en Miguel, estaba bien con el, pero sentía que no era lo que deseaba. Tenía los ojos cerrados y cuando los abrí, ví clavada en mi la mirada de uno de los hombres de la mesa que estaba a dos de la mía.
Sus ojos negros me miraban con curiosidad, como al pasar. Aun así me sentí incómoda y me corrí un poco de lado para que la planta me ocultara.
Al rato volví a mi posición normal; el hombre estaba de lleno en la conversación. No pude menos que admirarlo; tendría unos cincuenta y cinco años, vestido con esa elegancia del que la trae desde la cuna, ancho de hombros, abundante pelo negro ondulado. Así estaba, examinándolo distraída, cuando de repente levanta los pàrpados y me mira. Y esta vez vaya que me miró. Tenía los ojos negrísimos y los clavó primero en los míos, luego deslizó la mirada hacia mis senos y ahí la dejó. Sentí que los colores se me subían rápidamente a la cara. No era la mirada lasciva de otros hombres; esos ojos me penetraban, parecían querer decirme un montón de cosas. Me sentí intensamente turbada y decidí irme.
-- Mozo, _llamé:
Pagué mi consumición, me levanté y eché a andar. Trataba de impedir que mi falda se balanceara con el movimiento de mis caderas, pero estaba en mí.
Ya en la calle me fui calmando de a poco. Me pregunté que me había pasado, no tenía respuesta o no quería encontrarla..
Nuestra vida transcurría plácida y rutinaria. Ana salía con su novio, calculaba que en un año habría matrimonio. Yo, tenía amigos en el barrio, y algunos de la oficina, así que nunca me faltaban invitaciones.
En una de ellas había conocido a Miguel, un contador de una cadena de boutiques, y si bien no era frecuente, de vez en cuando aceptaba alguna invitación a salir .Ibamos al cine o a comer afuera, o a pasear. Me sentía bien con él ; era unos años mas joven que yo y viudo con un hijo. El siempre me decía piropos, que era linda, que esto, que aquello. En realidad yo sabía que pese a mis cuarenta y ocho años, los hombres se daban vuelta en la calle para mirarme ; me decían de todo, desde piropos lindos hasta no tan lindos.
Era alta, mas de 170 cm. Delgada, mis senos eran mas bien grandes, lo que siempre me tuvo un poco acomplejada, mi cintura finita, mis caderas sabía que eran redondas y sin pecar de vanidosa mis piernas podían competir en cualquier concurso y creo que ganaría. Mi cabello era castaño claro y mis ojos de un azul intenso- Vestía siempre muy conservadora, prefería los vestidos o polleras hasta la rodilla, zapatos de tacón y medias de seda.
Habían pasado dos años desde que la empresa,_ cuyo nombre era “ Buenos Aires Machine”_ me diera el préstamo . Yo ganaba el equivalente a US 1000 dólares por mes, de los que me descontaban 200.
Se acercaba fin de año, y andábamos todos alborotados especulando dónde sería la fiesta. Ya que todos los años B.A , daba una fiesta donde agasajaba a sus empleados y premiaba a sus mejores vendedores.
-- Y María, dónde será este año._me preguntó una compañera , como si yo supiera._
-- Supongo que donde siempre,_respondi_
-- Vendrá?
Casi nadie conocía al dueño, nunca se había hecho presente en ninguna fiesta de la empresa; el deporte favorito nuestro era especular cuándo vendría, cómo era? Se hablaba mucho de él, pero en realidad nadie sabía mucho.
Muy poca gente lo conocía, una de ellas era Inés, era su secretaria desde hace mas de veinte años.
Ese día fue infernal, parecía que todos los clientes se habían levantado de mal humor.
Cuando llegó las seis de la tarde con un suspiro de alivio arreglé mi escritorio y me fui.
Estaba cansada y me sentía tensa; camino a casa había una confitería muy coqueta, nunca había entrado por que me parecía muy pituca y demasiado cara para mi. Pero hoy quería un café y ese era el lugar mas cercano.
Empujé la puerta de vidrio, me alisé maquinalmente el vestido, era de color fucsia suave, muy entallado hasta la cadera ,y de ahí caía plisado hasta un poco por arriba de las rodillas. Calzaba zapatos de taco aguja, altos, me había puesto un hermoso collar de piedras azules , nunca fui vanidosa, pero tampoco tenía falsa modestia. Llevaba un par de colgantes pequeños haciendo juego.
No bien traspasé la puerta fui el blanco de todas las miradas, eso me puso furiosa: _ es que los hombres no pueden ver una mujer sin clavarle los ojos?.
Caminaba suavemente, como deslizándome. Sabía que eso atraía, pero no podía evitarlo, había nacido así.
Elegí una mesa un poco alejada de las demás, con un gran macetón a un costado, frente a un ventanal. A unos tres metros en otra mesa, varios hombre; _todos muy bien vestidos,_ charlaban animadamente.
La planta, según yo me moviera, tapaba la visión entre ambos.
-- Qué se va a servir?, el mozo muy cortés, parado frente a mi.
-- Un café, gracias.
Tranquila en mi silla, me quedé mirando un rato largo por la ventana. Ensimismada , pensaba en Miguel, estaba bien con el, pero sentía que no era lo que deseaba. Tenía los ojos cerrados y cuando los abrí, ví clavada en mi la mirada de uno de los hombres de la mesa que estaba a dos de la mía.
Sus ojos negros me miraban con curiosidad, como al pasar. Aun así me sentí incómoda y me corrí un poco de lado para que la planta me ocultara.
Al rato volví a mi posición normal; el hombre estaba de lleno en la conversación. No pude menos que admirarlo; tendría unos cincuenta y cinco años, vestido con esa elegancia del que la trae desde la cuna, ancho de hombros, abundante pelo negro ondulado. Así estaba, examinándolo distraída, cuando de repente levanta los pàrpados y me mira. Y esta vez vaya que me miró. Tenía los ojos negrísimos y los clavó primero en los míos, luego deslizó la mirada hacia mis senos y ahí la dejó. Sentí que los colores se me subían rápidamente a la cara. No era la mirada lasciva de otros hombres; esos ojos me penetraban, parecían querer decirme un montón de cosas. Me sentí intensamente turbada y decidí irme.
-- Mozo, _llamé:
Pagué mi consumición, me levanté y eché a andar. Trataba de impedir que mi falda se balanceara con el movimiento de mis caderas, pero estaba en mí.
Ya en la calle me fui calmando de a poco. Me pregunté que me había pasado, no tenía respuesta o no quería encontrarla..